La percepción y la
prueba - Parte IV
Michael Otte
Institut für Didaktik der Mathematik
Bielefeld, Germany
En una primera aproximación, parace como si todo
el conocimiento matemático disponible perteneciera a
alguna de las dos categorías siguientes:
1. Conocimiento de que ciertas afirmaciones
matemáticas se deducen de otras afirmaciones
matemáticas o de conjuntos de afirmaciones.
2. Conocimiento de la consistencia de ciertas
afirmaciones matemáticas o de conjuntos de
afirmaciones.
Esta perspectiva conduce a la impresión de que el
conocimiento matemático es simplemente conocimiento
lógico. Hoy en día, sin embargo, nuestras
investigaciones en lógica se fundamentan en la
matemática y por ello la lógica aparece como
una parte de la matemática. Finalmente, pareciera ser
como si la matemática fuera una disciplina que se
supone debe justificarse a sí misma.
Tal "naturalismo" no es usual. Lo central de esa
circularidad parece resultar de lo siguiente. Desde Euclides
y hasta el siglo XIX, lo normal había sido usar la
axiomática como un instrumento para comprender la
complejidad de un cierto dominio de aplicaciones posibles
(pensemos por ejemplo en la axiomatización de la
geometría de Euclides o en la axiomatización
de la mecánica de Newton). Desde Hamilton y Boole, y
en particular desde Hilbert y Gödel, la
axiomática se comenzó a usar como un
instrumento para comprender las complejidades de la
matemática misma. Se ha vuelto un medio de
matematización o de modelado de las teorías
matemáticas mismas!
El hombre de la calle comúnmente aprende
que las cuestiones esenciales absolutas ("qué es
?") no tienen sentido dentro de un tratamiento
científico de fenómenos objetivos. En lugar de
ello, aprende que los humanos debemos contentarnos con
representaciones estructurales de la naturaleza dadas en
lenguaje matemático. Pero en el caso del conocimiento
matemático, ese punto de vista relacional se ve
constantemente desafiado por otra posición opuesta,
la cual trata de dar definiciones explicitas de cada
término matemático. De esta manera se intenta
justificar el lenguaje matemático abstracto mediante
otro lenguaje menos abstracto.
Un ejemplo típico de esa actitud se puede
ver en la Introducción a la Filosofía
Matemática de Bertrand Russell (Russell, 1919/1998).
Russell enfatiza los conceptos de "relación" y
"estructura relacional" con mucho cuidado, pues esto lo
conduce a ejemplificar el principio general de "que lo que
importa en matemáticas, y en gran medida en las
ciencias físicas, no es la naturaleza
intrínseca de nuestros términos, sino la
estructura lógica de sus interrelaciones". Russell
agrega que "sabemos mucho más de la forma de la
naturaleza que de su contenido". Sin embargo, Russell se
toma mucho trabajo en explicar lo que significa el
término "número".
De acuerdo con el principio citado, lo que
deberíamos preguntar no es "qué son" los
números sino solamente cuáles son las formas
usadas para describir las relaciones entre ellos. Esto es,
por cierto, el núcleo del pragmatismo que subtiende
las aproximaciones axiomáticas a la aritmética
de Peano y Hilbert. De acuerdo con esa aproximación,
los conceptos matemáticos deben definirse a
través de las posibilidades operativas abiertas por
las formas usadas para representar esos conceptos, es decir,
a través de las diferencias en comportamiento hechas
posibles o disparadas por ellas. Esto puede hacerse sin
necesidad de referencia a una ontología
aritmética absoluta.
Sin embargo, como se dijo, una teoría
axiomatizada no se toma como un juego simbólico
abstracto con signos sin sentido. Por el contrario, tal
teoría se desarrolla en conexión con ciertos
conjuntos de aplicaciones posibles o interpretaciones
deseadas. Dentro del desarrollo histórico de la
teoría abstracta de grupos, para ejemplificar una
teoría que desde el principio se presenta en
términos axiomáticos, las representaciones de
grupos de varios tipos (como transformaciones lineales o
como permutaciones, por ejemplo) han tenido un papel
esencial.
No obstante, tratar de garantizar que una
teoría axiomatizada a priori sea aplicable mediante
proveer una interpretación final de sus
términos primitivos es completamente incorrecto. La
cuestión de "qué son" los números, en
particular, en el sentido de buscar como primera medida
objectos con los cuales los números puedan
identificarse, está mal planteada. La cuestión
no es qué son los números, sino con qué
propósito se construyen los números, y
qué función cumplen dentro del proceso de
cognición. Los números no existen fuera de la
teoría de la aritmética (como los puntos y las
rectas no existen fuera de la teoría
axiomática de la geometría; he allí la
diferencia entre las concepciones de Euclides y de Hilbert
de una teoría axiomática). De modo que
presenta problemas el intentar hacer lo que hace Russell:
obtener primero ciertos objetos arbitrarios, digamos dentro
de la teoría de conjuntos, para luego hacerlos pasar
por números. Russell afirma que la
caracterización axiomática de la
aritmética de Peano es insuficiente si "queremos que
nuestros números no solamente satisfagan formulas
matemáticas sino que además apliquen de la
manera correcta a los objetos comunes". A esto uno
podría responder mediante apuntar antes que nada, que
las teorías se aplican como todos estructurados y no
parte por parte . En segundo lugar, uno podría
responder que es imposible especificar de antemano todas las
aplicaciones posibles de una teoría. En efecto, las
aplicaciones suelen descubrirse con el tiempo y al mismo
tiempo que la teoría se desarrolla en abstracto. Como
dijo Lebesgue: la aritmética aplica cuando se
aplica.
Finalmente, debe decirse que el proyecto de
Russell no puede llevarse a cabo. En efecto, los
números ni son objetos ni son simplemente propiedades
de los objetos. Que los números no pueden ser objetos
concretos u objetos de la teoría de conjuntos lo ha
mostrado Paul Benacerraf mediante proveer diferentes
interpretaciones conjuntistas del concepto de número.
El argumento de Benacerraf es básicamente muy simple:
"Se ha notado que cualquier sistema de objetos, sean estos
conjuntos o no, que forme una progresión recursiva es
adecuado. Pero esto es extraño, pues cualquier
conjunto recursivo puede ordernarse de tal suerte que forme
una progresión recursiva. De modo que lo que importa,
en realidad, no es la condición de los objetos (es
decir, de los miembros del conjunto) sino la
condición de la relación según la cual
ellos forman una progresión. Para decirlo de otra
manera--y este es el nudo del asunto--el hecho de que
cualquier sucesión recursiva sirva sugiere que lo que
es importante no es la individualidad de cada elemento sino
la estructura que todos ellos exhiben juntos" (P.
Benacerraf, 1965, "What numbers could not be", p. 290, en
Benacerraf & Putnam (Eds.), Philosophy of
Mathematics).
Los números no son conjuntos, pero pueden
identificarse en una multitud de formas con los conjuntos.
Esto no presenta ningún problema, pues lo que es
importante no es la individualidad de cada elemento sino la
estructura aritmética. Dicho sea de paso, no es
tampoco el caso que los números puedan identificarse
con cualquier concepto, pues esto implicaría que,
estableciendo la identidad de esos conceptos de la manera
usual--mediante el axioma de extensionalidad--solamente
sería posible una única reducción
conjuntista de los números. Al descubrir las
paradojas de la teoría de conjuntos, Russell no
solamente se propuso reducir la teoría de
números a la teoría de conjuntos sino quiso
también interpretar esta última en
términos conceptuales, en términos de
funciones proposicionales. Retomo esto más abajo.
La filosofía estructuralista de la
ciencia (Quine, Sneed, Moulines) acepta en general que la
identidad de un concepto o de una teoría completa
depende entre otras cosas de ciertos criterios
pragmáticos mediante los cuales se identifican las
aplicaciones posibles de la teoría y los valores de
las variables ligadas. Pero la matemática, al ser
justificada por la práctica matemática, cesa
de ser paradójica tan pronto como se la entiende como
una práctica teórica sobre un sistema de
signos. Esto es relacional en un doble sentido: los objetos
de los cuales se compone un sistema de signos S se definen
solamente en relación al sistema como totalidad.
Relaciones de referencia entre S y otro sistema de entes S'
(en términos de otros sistemas de signos o de objetos
sensibles) no se invocan para explicar S en función
de S' en forma absoluta . Lo que se hace sin embargo es
invocar esas relaciones de referencia como relaciones
funcionales, casi en el sentido matemático del
término. Pero esas relaciones no son, como fuera
antes el caso, inherentes a los objetos individuales del
sistema o a los sistemas mismos sino que dependen de la
intervención del agente humano. Sin morfismos no hay
teoría de grupos, y sin funciones monótonas no
hay aritmética.
El pragmatismo comprende la realidad como un
proceso y no como algo estático y final. Por lo
tanto, el pragmatismo busca procesos epistémicos
fundamentales, basando nuestra cognición
esencialmente en dos mecanismos irreducibles: el desarrollo
del lenguaje (Quine) y la percepción (Peirce). Si
bien podemos hablar de ciertas cosas como "sociedad" o
"Francia", somos incapaces de percibirlas. Otras cosas,
más cercanas a nuestra existencia corporal sí
las percibimos. Como dijo Gödel una vez: "percibimos
objetos y comprendemos conceptos". Y él consideraba,
contrariamente a Russell, que los conjuntos eran objetos
cuasi-espaciales, no conceptos. Comentando sobre los
argumentos de Russell contra aquella visión
extensionalista de las matemáticas, Gödel dijo
que "estos argumentos podrían como máximo, si
acaso pudieran hacer algo, probar que la clase nula y las
clases unitarias (en tanto distintas de su único
elemento) son ficticias (cosas introducidas para simplificar
el cálculo como los puntos en el infinito en
geometría), pero no que todas las clases son
ficticias" (K. Gödel, 1971, "Russell's mathematical
logic" en Schillp (Ed.), The philosophy of Bertrand Russell,
p. 141). Ya Leibniz había apuntado aquello bastante
claramente hablando del estatuto ontológico de los
infinitesimales del análisis no-standard:
éstos pueden ser ficciones establecidas mediante un
proceso infinito, pero las relaciones que llevan a ellos son
reales y perceptibles. El software Cabri Geomètre
ofrece una multitud de oportunidades para observar hechos
relacionales, usando algo similar al principio de
continuidad de Leibniz.
Todos los objetos matemáticos surgen de
contextos perceptuales como esos. Lo que percibimos son
estructuras relacionales de signos. La noción de
percepción debe entenderse en el sentido de la
semiótica o de la teoría de modelos, donde la
representación se da lugar posiblemente en
analogía con los medios de nuestros propios
movimientos corporales.
La diferencia entre esas dos fuentes de la
cognición ha sido aclarada mediante la teoría
de la descripción de Russell. Russell distingue entre
la familiaridad con una cosa y el conocimiento acerca de
ella. Es lo segundo lo que se afirma mediante una frase
denotativa; la primera viene mediante la indicación
de la cosa. Así, la familiaridad viene de la
percepción, el conocimiento a través del
pensamiento conceptual. La distinción kantiana entre
conocimiento analítico y sintético reaparece
en este momento. En el conocimiento sintético, un
objeto es dado directamente; en el conocimiento
analítico este objeto es presentado indirectamente,
mediante propiedades o relaciones. Una mirada rápida
a la historia de la axiomática sugiere que el cambio
de Euclides a Hilbert representó un cambio de una
comprensión sintética a una comprensión
analítica de las matemáticas, de un paradigma
de evidencia a un paradigma de consistencia. Esto es de
cierta manera correcto, pero solo nos cuenta la mitad de la
historia. Para poder deshacerse de una vez y para siempre
del paradigma de la evidencia en matemáticas, Hilbert
se vio llevado algunas veces a decir que la existencia y
consistencia eran una misma cosa. Pero por otra parte como
apuntó el mismo Hilbert, las pruebas finitistas de
consistencia eran un intento de justificar lo posible a
través de lo real y por lo tanto dependían de
manipulaciones de signos concretas y reales. De modo que,
las pruebas de consistencia todavía dependen de la
existencia, dependen de indicadores , es decir, dependen en
definitiva del conocimiento debido a la familiaridad.
El conocimiento debido a la familiaridad es
importante en matemáticas puesto que la
matemática es una actividad y todos sus objetos son o
bien construidos o bien se comprenden en relación a
un sistema de medios de construcción
matemática. Uno podría objetar que lo que
está en juego en las matemáticas puras y con
respecto a sus procedimientos de prueba es identidad y no
existencia. Ahora bien, con respecto a las afirmaciones del
primer tipo, la identidad se asume de entrada, pero con
respecto a las afirmaciones del segundo tipo la identidad
debe establecerse. La identidad de funciones (o de funciones
proposicionales en particular tanto como de conceptos) se
establece comunmente mediante el axioma de extensionalidad:
F = G si F(x) = G(x) para todo x. Pero no decir nada sobre
la naturaleza del universo de discurso al cual pertencen las
variables cuantificadas no tiene sentido. Desde un punto de
vista lógico existen de entrada restricciones de tipo
teórico operando en las variables involucradas. Pero
aún dejando de lado consideraciones lógicas,
todavía es cierto que nuestras teorías
matemáticas no se refieren a un mundo dado y
estructurado de antemano. Por lo tanto, afirmaciones de
identidad tienen sentido solamente en relación con
ciertas prácticas y en contextos en los cuales
existen condiciones de individuación: por ejemplo las
condiciones dadas en un salón de clases mediante el
pizarrón o la pantalla de la computadora. La parte
segunda de esta serie de artículos (Otte,
1998) da una buena ilustración de lo que aquello
significa.
Uno pudiera afirmar, como supo hacerlo Russell,
que la matemática es necesariamente intensional,
siendo solamente una parte del lenguaje y de la
lógica conceptual, y que la actividad
matemática consiste en operar con conceptos o
predicados. Dejando de lado todos los problemas
lógicos (despues de todo solamente tenemos una
cantidad numerable de expresiones lingüísticas),
creemos que adoptar una cierta teoría del lenguaje
implica no solamente ciertos modos de expresión, sino
tambien una concepción del mundo, o una
ontología. Los objetos a los cuales nuestras
variables involucradas se refieren no están, por lo
tanto, dados. Toda entrada al mundo está sesgada
teóricamente y toda teoría se caracteriza por
un sistema propio de recortar y organizar el mundo y por el
tipo de significados ascriptos a los objetos. Por otra parte
una teoría en general no determina por completo su
ontología, como lo muestra el ejemplo de los
diferentes conceptos de número. Finalmente, sabemos
con certeza que el ser humano es capaz de aislar objetos del
mundo real antes de manejar con destreza el lenguaje o la
teoría, el ser humano hace eso mediante una
combinación de percepción y actividad. De modo
que la cuestión que surge es cómo llegan a
trabajar juntas la percepción o la intuición
por un lado, y el lenguaje y la comunicación por el
otro. Por cierto, no podemos tratar este problema
exhaustivamente aquí. Baste decir que la
teoría matemática siempre debe utilizar la
percepción. Lo que percibimos es, por un lado, cosas
particulares, puntos en la pantalla de la computadora o en
el pizarrón. Nos aseguramos de la identidad de ellos
por ostensión, representándolos mediante
índices. Todas las letras que usamos en
geometría y en álgebra son índices para
cosas singulares. Este tipo de percepción tiene un
papel importante en la transición de un punto de
vista intensional a un punto de vista extensional.
Incluso si creyéramos que la consistencia
fuera suficiente para la existencia, tendríamos que
garantizar relaciones de referencia que no fueran ambiguas.
Sin embargo, Kant, creyendo que las cosas tienen propiedades
esenciales, afirma que un tipo diferente de
percepción es necesaria además y concluye de
ello que para atacar cuestiones de consistencia hacen falta
afirmaciones existenciales de un tipo más elaborado.
El argumento de Kant es que una contradicción surge
esencialmente de imaginar un objeto y hacer varias
hipótesis sobre el objeto postulado, hipótesis
que son inconsistentes con la naturaleza de tal objeto. Pero
una contradicción jamás podría surgir
si rechazáramos al objeto. Y como el pensamiento
conceptual y la lógica no pueden afirmar
categóricamente la existencia de nada, la existencia
finalmente depende de la intuición y la
percepción. Pero habiendo establecido la posibilidad
de algo mediante la intuición no podemos
sencillamente ni rechazarlo ni postularlo. Nuestras
intuiciones no obedecen necesariamente a postulaciones
conceptuales. Kant da el siguiente ejemplo: Postular un
triángulo y luego decir que no tiene tres
ángulos es una contradicción pero "la
proposición mencionada más arriba no enuncia
que tres ángulos necesariamente existan, sino que
dada la condición de que un triangulo exista, tres
ángulos deben necesariamente existir en él"
(Kant, B 622). No habría ninguna contradicción
si no hubiera triángulo, no habría nada
allí sobre lo que hubieramos hecho hipótesis
contradictorias. Los triángulos, no obstante, tienen
una existencia posible en nuestra intuición y las
pruebas de consistencia proveen por lo tanto conocimiento
real. Kant quiere como primera medida que las
matemáticas sean aplicables al mundo real y por lo
tanto enfatiza la importancia de una intuición que
vaya más allá de la mera ostensión.
"Es común en los estudios modernos sobre
Kant decir que él ya sabía de las
geometrías no euclideanas y que de hecho la
posibilidad de aquellas refuerza la doctrina de Kant de que
la geometría euclideana es sintética y a
priori pues sus conceptos son solamente constructibles
mediante la intuición" (J. Webb, 1995, Tracking
contradictions in geometry, en J. Hintikka (Ed.), Essays on
the development of the foundations of mathematics). El
argumento de las matemáticas puras post-Kantianas
sugiere una asimetría, una asimetría tal como
aparece en el análisis que hace Frege de A = B en
términos de significado y referencia (véase mi
artículo anterior, La
percepción y la prueba, parte II). Según
Frege, como la referencia es un objeto, ella está
definida con suficiente precisión; pero el
significado no está definido con igual
precisión. Todo lo que se provee en realidad es un
criterio para decidir cuando los significados de dos
afirmaciones son iguales o diferentes. La falta de
simetría se debe a la diferencia entre existencia e
identidad, o bien entre objeto y concepto. Los conceptos o
las ideas pueden tener una identidad, pero no existen de la
misma manera que los objetos pariculares existen.
Según Kant, sin embargo, ellos tienen una existencia
posible en la intiuición.
Considerando mi observación anterior
sobre la aplicación del axioma de extensionalidad,
podríamos comenzar por afirmar, como Kant, que
nuestro mundo está siempre estructurado
conceptualmente. En su reciente Mind and World, J. Mc Dowell
(1994) ha afirmado que para resolver los problemas de las
teorías analíticas modernas de la verdad,
debemos, como Kant, reconocer que los conceptos y las
intuiciones, la comprensión y la sensibilidad, deben
integrarse aún en la mera absorción del
contenido experiencial característico de la
percepción sensorial. Aún cuando emitimos
juicios perceptuales tenemos que emplear ideas conceptuales.
Por lo tanto nos damos cuenta que la distinción entre
ideas y objetos es solamente relativa, y que todo aquello
con lo que trabajamos en nuestra actividad cognitiva o en
nuestra percepción son signos en lugar de objetos. De
esta manera la diferencia entre los dos tipos de
conocimiento está presente ya en nuestras
percepciones. Y está representada allí por dos
tipos diferentes de signos: índices e
íconos.
Una imágen de un unicornio es un
ícono que no contiene ninguna afirmación de
existencia, pero que da solamente una imágen, o si se
quiere, una descripción de aquella bestia. Lo mismo
es cierto de un triángulo en general o de un sistema
axiomático, etc. Pero, si en el transcurso de una
prueba geométrica digo que "el triángulo A" es
congruente al "triángulo B", deberé indicar
esos triángulos diferentes y mi representación
tendrá un caracter diferente. Como se ha dicho antes,
un ícono se suele requerir a los efectos de resolver
una confusión. Un índice, sin embargo, no nos
dice nada acerca del objeto indicado. Kant estaba convencido
de que todos los juicios matemáticos son intuitivos.
El distinguía no obstante, entre intuición
pura e intuición empírica. En la
intuición empírica, solo los particulares se
nos dan. Es el tipo de intuición del que hemos venido
hablando. Tiene mucho sentido en el contexto de
Cabri-Geomètre pues nos lleva a nuevas
hipótesis mediante la percepción de puntos
fijos y otros invariantes. Sin embargo, no se obtienen
demostraciones matemáticas de esta manera.
Una demostración está ligada a una
comprensión de la totalidad y por lo tanto a una
generalización. Este es el sitio donde un nuevo tipo
de intuición se da lugar--se trata de la
percepción de las ideas o de los conceptos generales.
En la parte II de La percepción y la prueba, por
ejemplo, el concepto de centro de gravedad nos condujo a una
demostración que proporciona una solución al
problema estudiado para todo polígono. El hecho de
que el punto medio M se mantuviera fijo debió
comprenderse como una indicación de la invarianza del
centro de gravedad de toda la constelación. El centro
de gravedad no es una cosa empírica, pero es
inmediatamente accesible a nuestra experiencia, y por lo
tanto a nuestra intuición.
La idea de número, a la que Russell
estaba tan determinado en ver fijada, también se
vuelve perceptible a través de sus efectos en el
sistema de nuestras actividades. Podemos percibir realmente
los efectos que tienen nuestras maneras de usar el concepto
de número. Y el álgebra no es sino un medio de
representar aquéllos. Si bien no podemos proveer una
definición del término número que no
sea circular, ciertamente somos capaces de reconocer un
número cuando lo vemos.
Como se ha dicho, tales intuiciones de las ideas
son necesarias para obtener el conocimiento
matemático del primer tipo en la clasificación
que dimos al principio. Observar un simple hecho no conduce
sencillamente a una prueba. Una prueba requiere una idea
interpretativa, y esto requiere una representación
generalizada. Tal idea no existe en realidad más
allá de su función tendiente a ordenar y
clarificar una situación confusa comparable, digamos,
a la que se enfrenta la persona mostrada en la figura de
la parte primera de La
percepción y la prueba. Nicolas Balacheff me
envió aquella imágen junto con la
invitación a escribir algo sobre la percepción
y la prueba. En este momento me parece que puedo considerar
mi tarea cumplida. Esta cuarta parte de "La
percepción y la prueba" es por lo tanto la
última.
©
Michael Otte
© por la
traducción, Patricio Herbst
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